Cosas del día a día. ‘Trileros’, ser o no ser en la ‘haute politique’

Por Francisco Beltrán Sánchez

Estos días hay un juego que se llama de ‘trileros’, o al menos así me lo parece a mí. Una buena amiga y persona culta me instó a tener una agradable y fructífera diatriba al respecto.

El caso es que partiendo de un principio filosófico sobre que en el devenir de las cosas de la vida es necesario el uso de las trampas y que, en consecuencia, en cierto modo, éstas son o deben ser admisibles. Así, en el hilo argumental de esta premisa se incrusta aquello de que es lícito llevar bajo mano las verdaderas intenciones con la intención de provocar el despiste y la confusión en el desprevenido contrario o adversario. Y, en consecuencia, puede llegar a admitirse que esta idea debiera ser un motor casi absoluto en la usanza de la relación con los otros, con la intención de despertar, con habilidad, ilusiones que creen una ficción llena de expectativas sin fundamento, para posteriormente toparle con la realidad. En el fondo de la argumentación, en mi opinión, también subyace la consideración sobre que si en el acontecer de los hechos de la vida se prescinde del trampeo, los postulados emitidos en esta tesitura solo entrarían en la categoría de ocurrencias, ingenios vacuos que en un despertar ilusorio solo serían fuego fatuo ante una realidad tozuda y fundamentada en aquel principio filosófico.

Pues bien, en éstas que estamos no creo que el juego haya de ser en el trampeo propio de los ‘trileros’, y por ello argumenté y argumento que la premisa de partida no la comparto, pues ésta es lo que pudre todo lo demás. Considero sinceramente que no son necesarias las trampas, ni han de ser admisibles. Entiendo sin ingenuidad que es en la decencia del ser humano donde debieran acontecer todas las luchas y posicionamientos, y a ello es a lo que deberíamos aspirar, entendiendo que la premisa para cualquier entendimiento ha de partir de una norma, un principio humano, que erradique las trampas, que las impida. Y, es que si esto solo lo vemos para regular aquello que entendemos como ‘Códigos legales’, desde la Constitución a los más sencillos reglamentos, en sí mismo resultaría ser una trampa, y, tras mi planteamiento quedaría igualmente perturbada la decencia y yo sería tan ‘trilero’ como se le puede acusar de serlo a quien ganando unas elecciones no intenta la investidura a la que en el espíritu de la norma puede estar mandatado, pero en la literalidad no queda obligado, argumentando que no tiene ‘ejército’ suficiente para afrontar dicha batalla y sintiéndose perdedor de antemano; o igual de ‘trilero’ como a quien se pueda acusar de serlo al plantear una voluntad de acuerdo con alguien manifestándoselo a un tercero, o incluso a un universo de terceros, con imposiciones y vetos desconocidos para el ajeno sujeto de tal pacto o acuerdo.

Y, es que si nos fijamos en este juego que se traen en la ‘Haute Politique’, sí que es corriente y habitual el uso de todo tipo de trampas y añagazas. Y esto se traslada a la sociedad como algo cotidiano, quejándonos luego, hipócritamente, de la falta de decencia de quienes ejercen como políticos. Además en los debates, tertulias,…, los sesudos hombres y mujeres que nos ilustran con su opinión en el avatar de ‘opinión pública’ tildan todo esto como el juego de la ‘inteligencia’, porque los más tramposos elegantes muestran las mejores y más celebradas celadas. Y, en el fondo para la gente corriente, cuando se enfrenta a su dignidad, solo alcanzan a ver en todo esto humo y decepción, y a fin de cuentas, en su sabiduría, en la innata del ser humano y en la construida sobre la necesidad de ser un ser social, construyen aquel pensamiento de que todo lo que es política es putrefacción y engaño.

En mi opinión en el mundo de la escalera de la política se lee poco, se piensa menos y se habla demasiado, y así, en la categoría de ‘prohombres’ se van fraguando los estamentos desde donde con hábil mano en el cruce de los cubiletes se deciden los designios de quienes solo somos insignificantes e insulsos mortales.

El idealismo, que no la ingenuidad o simpleza y mucho menos la necedad, no impide ver la trama, lo cual no quiere decir que no luchemos por cambiar la forma de actuar, no quiere decir que por ello seamos unos ilusos y mucho menos quiere decir que tengamos que resignarnos.

Pues claro que existen las trampas, faltaría más, y consustanciales a ellas los tramposos, pero en los ideales humanos debiera/ha de estar como objetivo la erradicación de unas y otros. Seguro que alguna carcajada resuena al leer esto, también habrá quien sesudamente piense que que como utopía está bien y que todo esto sin menoscabo de lo otro sea un objetivo tendencia, igualmente habrá quien directamente diga que todo esto es imposible que la condición humana esto y aquello. Pero en mi vida he podido aprender a ir liberándome de las trampas y habiendo llegado al estado de poeta he descubierto que siempre busqué la verdad del hombre, al tiempo he descubierto que si esa verdad ha de fundamentarse en la trampa propia o en la visión de la ajena, irremediablemente estamos condenados como especie.

Yo solo soy un ‘própolo’ que intenta escrutar la necesidad de lo existencial en la humilde condición real de lo humano, por más que en los sueños nos veamos como dioses.

Y pienso que mientras no seamos capaces de esa conciencia seremos meras creaciones para la utilidad y regocijo de los dioses -prohombres- ante la aceptación del infortunio del destino de la condición mortal y la necesidad metafísica de algún reconocimiento o dádiva en gracial compensación.

Por otro lado se ‘que es lo que hay’ pero también sé que podemos poner algo más en el haber del hombre que lo ya heredado. Y, es que para saber de posiciones sin tiempo o de un tiempo que no tiene acomodo en ningún espacio ya tengo la física como remanso del bullicio de mis neuronas.

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